Cuando caemos enfermos solemos regular nuestra temperatura mediante el termómetro y así ver si nuestro cuerpo tiene el calor adecuado. Este control es necesario para determinar si nuestro estado de salud está variando o no. Pero a lo que todos podemos llamar fiebre puede que no sea realmente esta. Existen otros tipos de variación corporal denominados febrícula e hipertermia, y son dos conceptos que deberíamos tener más presentes.
Según la definición conjunta de los tres, tener fiebre, febrícula o hipertermia es un aumento de la temperatura corporal que además trae consigo ciertos síntomas. Esto es un indicador de que algo falla dentro, ya sea por una infección, una enfermedad o un episodio de estrés o agotamiento. Aunque cada una de ellas tiene sus propios matices y existen diferencias claras entre sí.
Para empezar, la temperatura habitual del cuerpo humano oscila entre los 35 y los 37 grados centígrados, eso ya dependerá de cada persona. La fiebre y la febrícula son las consecuencias de un efecto defensivo del propio cuerpo contra agentes patógenos, aunque se tienden a diferenciar mejor la primera con la hipertermia.
Qué significa tener fiebre
Esta dolencia está considerada como una enfermedad en sí misma, ya que proporciona un aumento de la temperatura corporal que asciende de lo habitual y se sitúa entre los 38 y 41 grados centígrados. Normalmente es el síntoma de una lucha interna que el cuerpo está experimentando, es un mecanismo de defensa contra alguna enfermedad en particular.
Los síntomas que más se conocen y coinciden entre personas son el dolor de cabeza, muscular y de las articulaciones. Aunque otros como la sed, el estreñimiento o la somnolencia son también parte de las consecuencias de tener fiebre. Puede que se den algunos de estos síntomas mencionados y no experimentar un aumento considerable de la temperatura corporal, ya que se puede considerar como un síntoma más. Aun así, en caso de que aparezca, lo mejor es intentar bajarla en casa antes de acudir al médico.
Causas de la febrícula
A diferencia del anterior, la febrícula aparece en los episodios de las 'primeras décimas' de fiebre. En este caso, la temperatura no va más allá de los 38 grados centígrados, aunque sí que está por encima de los 37 habituales. Este aumento es prolongado y moderado, por lo que no experimentaremos una subida muy fuerte.
Parece que al tener apenas unas décimas de más no afectan a nuestro cuerpo, pero sí que puede darse en el caso de padecer resfriados, estrés o infecciones, y en los bebés es más común. Los síntomas que se le conocen coinciden con la fiebre en la sed y el dolor muscular, aunque se le añaden el enrojecimiento de la piel, la sudoración, los ojos vidriosos y el padecimiento de unas extremidades frías.
La principal recomendación que se da en estos casos es que, si no han remitido los síntomas o la febrícula sigue presente durante un periodo máximo de 24 horas, lo mejor sería que acudiésemos a un médico de urgencia. Podemos intentar controlar el aumento del calor corporal e incluso reducirlo, pero al ser una temperatura no excesiva, puede que no nos demos cuenta.
Los problemas de la hipertermia
Por último, nos referimos a hipertermia cuando la situación es más complicada. El aumento de la temperatura corporal supera los 40 grados y medio y esto supone un fallo en el propio cuerpo porque no controla la regulación propia, la expulsión del calor no es la correcta. En este caso, acudir al médico es lo principal, ya que no podemos reducir nosotros la temperatura en casa.
Los síntomas habituales son el sangrado, los desmayos y la desorientación, una rigidez muscular y problemas urinario debidos a la infección interna del cuerpo. Por estas razones es imprescindible que, durante los primeros síntomas de malestar, acudamos a un centro de salud.